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Recetando palabras

<p style="text-align: justify;"> La alegr&iacute;a escribe p&aacute;ginas en blanco. La noche, en su oscuridad profunda, compone versos eternos. La verdad en pocas ocasiones elige la sonrisa para ser anunciada, prefiere a los ojos que han llorado. S&oacute;lo se puede escribir desde el vac&iacute;o de unas tripas a las que no les queda &nbsp;nada m&aacute;s para vomitar. Escribir es anticipar lo eterno.</p> <p style="text-align: justify;"> Llega un nuevo fin de semana, y no viajo a Cigarral de Menores en Toledo, pero si que recuerdo a don Gregorio Mara&ntilde;&oacute;n, cuando cumplimos los cincuenta a&ntilde;os desde su partida. Ahora que el Greco se cuelga a un Toledo entero en su enjuta figura, quiero mirar por los ojos de don Gregorio. Prohombre de traje serio, biblioteca en su cabeza y ternura en su&nbsp; mirada. A Mara&ntilde;&oacute;n &nbsp;le dol&iacute;a la Espa&ntilde;a que &nbsp;ensalza al p&iacute;caro en vida y &nbsp;entierra con la solemnidad del olvido al h&eacute;roe. Sin duda, es el modelo para todos aquellos que le robamos tiempo a la ciencia y la consulta, para escribir con demasiado tufo a n&oacute;mina fija y cena en la mesa. La Medicina la escriben de noche los &ldquo;mara&ntilde;ones&rdquo; de la vida.</p> <p style="text-align: justify;"> Uno es m&eacute;dico para los que escriben, y escritor para los que sanan. Al final, te encuentras en tierra de nadie, y entonces te conviertes en invisible para los que debaten en la sesi&oacute;n cl&iacute;nica o despu&eacute;s en la tertulia. A falta de arrobas suficientes como ten&iacute;a don Gregorio, el Mara&ntilde;&oacute;n que escrib&iacute;a sin bata pero con la amargura de la consulta, uno escribe por entregas siempre el mismo relato ligero.</p> <p style="text-align: justify;"> Todos los que nos atrevemos a colgar la bata y sudamos con las palabras, recordamos al ruso Anton Chejov, que fue m&eacute;dico de pueblo y relato breve, cuando pontific&oacute; diciendo que la medicina era su esposa legal y la literatura s&oacute;lo su amante.</p> <p style="text-align: justify;"> Cuando no hay tiempo para la definici&oacute;n, el m&eacute;dico escritor no encuentra su lugar ni en la Academia, que amablemente le cierra sus puertas, ni en la Universidad que s&oacute;lo entiende de pizarras y departamentos.</p> <p style="text-align: justify;"> En la soledad que siempre ahoga al que escribe, buceo en mi ni&ntilde;ez, en el sitio de mi recreo, en lo que viv&iacute; sin bata y sin p&aacute;ginas. Al final, no hago otra cosa que recetar palabras.</p>