La corbata
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Nuestra sociedad comenzó su decadencia cuando las corbatas desaparecieron de nuestros viernes. Al calor de la nueva moda “business casual” la elegancia comenzó a ser traicionada por los propios, y los cuellos comenzaron a mostrar su desnudez obligados por horteras de nuevo cuño y cuello mao.</p>
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La corbata es la metáfora de la persona elegante. Si bien es cierto que lo que la naturaleza no da, la corbata no lo presta, la tela elegante en el cuello anuda el propósito del que no quiere pactar con lo vulgar.</p>
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La elegancia siempre ha tenido que ver con el respeto por lo bello, y por su cercanía con lo natural y verdadero. En los días que vivimos, de palabras vulgares, vasos de cristal grueso y camisas sin cuello italiano, recordar a la corbata, es un acto de heroísmo.</p>
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Han sido demasiadas ofensas las que ha sufrido desde que Napoleón fuese derrotado en Waterloo, cuando decidió cambiarse su corbata habitual negra con borde blanco por otra, para disgusto de su prefecto de su palacio y desgracia de los franceses.</p>
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La corbata ha escrito novelas sublimes, redactado constituciones, firmado tratados. Nunca mereció el trato dado por tanto desertor de lo elevado, predicador de lo vulgar, aspirante a lo chabacano y traidor de lo sublime. Se le han añadido demasiadas arrobas de gravedad y de excesiva formalidad, a la seda que siempre supuso delicadeza y distinción. En una sociedad de baja cilindrada como la nuestra, acostumbrada poco al sacrificio de lo bello, no entiende que la corbata no introduce rigidez a nuestras vidas, sino que la refleja en su trama de estampados, rayas, lunares y colores.</p>
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Ante tanta tribulación, de forma serena y sin requerir de los dos mozos que necesitaba Lord Brummel para anudarla a su exigente cuello, la corbata reivindica su sitio. No es casualidad que ahora los profesores de la Northwestern University, Hajo Adam y Adam Galinsky definan el concepto de “enclothed cognition” para describir la influencia sistemática que la ropa elegante tiene en los procesos psicológicos del que la porta.</p>
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La corbata nunca se compra o se regala, se elige, como el amor por lo bello. Sirviéndome de mi admirado Chesterton, la mediocridad, posiblemente, consiste en estar delante de la corbata y no darse cuenta.</p>
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