La prosa de la consulta
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Cataluña no cabe en una urna. Su necesario compromiso con la verdad histórica, su compleja realidad social y su futuro, superan los límites estrechos dados por el llamado “derecho a decidir”.</p>
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La España política del soneto con rima consonante se ve superada por el verso suelto del nacionalismo, que a fuerza de repetirse, ocupa un lugar que la Historia no le tiene reservado.</p>
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Los nacionalistas prometen en verso lo que no saben escribir en prosa. Los ciudadanos en Occidente hace demasiado tiempo que superamos las limitaciones del pensamiento nacionalista. Los nuevos ropajes con los que algunos han querido disfrazar a esta idea antigua de reconocer derechos exclusivos a las personas que han nacido en un lugar determinado, no confunden a la mayoría de los ciudadanos del siglo XXI que estamos más ocupados en contribuir a los proyectos supranacionales y en entender el fenómeno de la globalización, que en proteger la aldea.</p>
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El nacionalismo no se nos puede presentar como un ideal nuevo que puede vertebrar nuestras sociedades modernas. Es demasiado antiguo y reconocible. Si se toma cierta distancia emocional del fenómeno y se introducen en el análisis elementos racionales, el sueño nacionalista se disipa de forma acelerada. Trabajar por dar mayor protagonismo al ciudadano, poner la política al servicio de la lucha frente a la desigualdad, responder a las nuevas demandas de la sociedad compleja es mucho más aburrido y difícil que buscar refugio en el sueño nacionalista. Los políticos catalanes se ocupan menos de sus servicios públicos que de su lugar en la cabecera de la manifestación.</p>
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Nuestra España actual se escribe con el sujeto, que somos los ciudadanos; el verbo, que es nuestro ordenamiento jurídico, y el predicado que es el proyecto común que construimos día a día. Nuestra Constitución dicta una gramática que hay que respetar. Nos ha demostrado que es una garantía de convivencia y de estabilidad. Esa es su actualidad y su fuerza, y por eso los nacionalistas quieren presentárnosla como papel mojado.</p>
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Los ciudadanos entendemos perfectamente el mensaje soberanista catalán. No necesitamos acercarnos a él con metáforas y circunloquios. Nuestra pena es que la defensa de la legalidad, el respeto a la diferencia y la salvaguarda de los derechos de todos, esté en manos de políticos que se acercan a la verdad histórica con palabras falsas y endebles. No es de recibo que los grandes partidos políticos no se pongan de acuerdo en desnudar la falacia del “derecho a decidir”, y favorezcan que el hartazgo prenda en la sociedad española. Nuestro país no puede construirse desde la débil defensa de los principios democráticos y de convivencia que hacen nuestros políticos.</p>
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La consulta, sin duda, no da para versos alejandrinos, se queda en prosa cuartelera.</p>
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