La lírica del autónomo
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El sueño de la España sin jefes se cumplió. La crisis económica aligeró plantillas y nóminas a la par. Para muchos ya no hubo más madrugadas que fichar, y turnos de noche con supervisor. A nadie le gustó que la desaparición del saludo a los galones llegara de la mano del despido, de la orfandad y la pobreza, por mucho que se vomitara del jefe. En el momento de la soledad, se hizo humana hasta su figura, y se le comenzó a añorar casi tanto como a la nómina que se esfumó.</p>
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Nuestra tierra da cobijo a demasiados espabilados y listos de carrera, y pensaron en la solución mágica. A falta de trabajo y órdenes, no hay mejor salida para esta crisis que convertirse uno en su propio jefe. Por nuestros genes de personas echadas para adelante, compramos el argumento porque tampoco podíamos elegir entre demasiadas alternativas. Si al talento no se le puede encontrar acomodo, o que emigre o que se rebane los sesos creando su propio puesto de trabajo. Así el sueño de libertad del empleado español se convirtió en pesadilla en el propio vestuario de uno. Aceptamos ser el presidente, el entrenador, el jugador y el utilero de nuestro equipo. El círculo se cuadró, y los jóvenes ligeros de equipaje y con demasiado talento comenzaron a cantar una nueva versión del emigrante y los que estaban presos de su hipoteca, montaron oficina en su dormitorio. Como si fuera una obra de teatro ya conocida por muchos, España se convirtió en la tierra del emprendimiento a palos.</p>
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Emprender es morir despacio, como ya dejé escrito en este mismo rincón. El autónomo tiene día para trabajar y noche para seguir trabajando. Cada trimestre sufre la visita del vampiro que viene repleto de ropajes con “ivas”, cotizaciones e impuestos varios. En ese momento sueña con un jefe, aunque tuviera que ser el mismísimo Chicote en Miami.</p>
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El autónomo construye día a día su cárcel y le entrega la llave de la puerta a Montoro. No existe épica en el todo incluido del autónomo, pero sueña con el lirismo de los versos de Agustín García Calvo, que un día lloró Amancio Prada y que rezan: Libre te quiero/como arroyo que brinca/de peña en peña/pero no de Montoro.</p>