Fernando Grande-Malasaña
Malasaña es la libertad entre acordes. Cuna de la movida madrileña, barrio en el que la luz de la mañana entra en la habitación.
Donde unos cabellos dorados parecen el sol y luego, por la noche, uno puede ir al Penta a escuchar canciones que consigan que podamos amar. Antonio Vega es su Cervantes y su “Chica de ayer” su Dulcinea.
En la calle Pez se dormía la siesta el pasado domingo por la tarde hasta que el ministro Marlaska la jodió. Una denuncia falsa en la comisaria del barrio de un chico aterrorizado por su vida complicada, fue la noticia que se eligió para convertir de nuevo una mentira en munición política para la izquierda.
El diario digital de Ignacio Escolar rompió el lunes la paz del barrio con el siguiente titular: “La Policía investiga una brutal agresión homófoba en el centro de Madrid cometida por ocho encapuchados”. Se hacía eco de un supuesto delito de odio que algún político le había filtrado a su medio. En ese mismo momento se articulaba la catarata mediática que sigue a toda difusión de un bulo. El foco de la información de forma deliberada se ponía desde el primer momento en la autoría intelectual del hecho denunciado no en el dolor de la víctima. En la propaganda la información pretende convencer a las personas en un entorno determinado de una idea o de un hecho y, en cambio, con los bulos se pretende alterar el relato objetivo de lo ocurrido para crear uno alternativo con apariencias de veracidad con el objetivo de alimentar una posición ideológica.
Fernando Grande Malasaña ha hecho un ridículo espantoso ya que mantuvo durante días en diferentes medios de comunicación un relato falso con la intención de debilitar a sus adversarios políticos. Lejos de entonar su “mea culpa” profundiza en su error. Demasiado tarde para comprender, ministro vete a tu casa no podemos jugar.