Benedicto Veritas XVI
Roma es un invierno de mármol. Un frío de cielo, mundo y hora. El eco de los toques lentos a cuerda de dos campanas despidiendo al siervo bueno y fiel. Benedicto XVI con toda su muerte a cuestas.
El Papa emérito falleció en la ciudad eterna en el Monasterio Mater Ecclesiae del Vaticano cuando el año se despedía. Sencillo y humilde trabajador en la viña del Señor, hombre de corazón benedictino e intelecto agustiniano, partió sin ser notado estando ya su casa sosegada. Mimó durante toda su vida a las almas a través de la profundidad de su pensamiento y la cercanía de su corazón. Escándalo para los burócratas de la fe y necio para los que sólo aceptan el silencio de Dios, sus contornos de gigante no dejaron indiferente a nadie.
Su pontificado estuvo repleto de luces. A través de su fecundo magisterio luchó contra el relativismo moral y el laicismo militante. Trabajó de forma denodada por mostrar la verdad sobre la realidad del hombre y fue firme su posicionamiento de tolerancia cero ante el escándalo de los abusos sexuales en la Iglesia. Ratzinger captó como pocos la unidad del saber y la de la realidad. Por eso, Benedicto XVI fue capaz de enfrentarse a tantos dualismos limitantes del pensamiento actual y no dudó en derribar muchas de las falsas murallas levantadas entre lo divino y lo humano o lo bello y lo útil. Nos enseñó que la fe no anula las preguntas, que la esperanza no desprecia el presente y que el amor hace soportable la verdad.
Todo su magisterio, como teólogo, obispo, cardenal y papa, estuvo dirigido a la búsqueda de la unidad en la verdad, en consonancia con su lema episcopal: cooperador de la verdad (veritas).
Tomo prestados los versos de Raquel Lanseros para despedirlo: “hay quien tiende a pensar que lo merece todo. Yo prefiero dar gracias”.