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Mar Alcántara

Abril es la primavera de puntillas. La luz que ahora comienza. El ruido vacío de las noches. Las playas con manga larga. El Mediterráneo sin Manuel Alcántara.

España es la columna que se escribe a las cinco de la tarde. El columnismo patrio nunca ha hecho prisioneros. Hiere y mata. Somete y obliga a la literatura. Tortura la actualidad. Devora a sus protagonistas. Tritura a sus autores. Representa el periodismo a quemarropa. ¿O no?

Manuel Alcántara no quiso  mancharse las manos de sangre escribiendo. Sus columnas eran las poesías que nunca fueron. Con su estilo, con exceso de mar y sobremesa, cerró la puerta del periódico tantos años que todavía creemos que sigue aún vivo. Partió hace cinco años con su rostro plano de púgil de la palabra. En el boxeo, los contrincantes se abrazan al inicio del combate, pero también al final. Es un deporte de caballeros. Eso hacía Don Manuel, saludada en la primera frase y nos abrazaba en la última. Siempre fue un columnista de la hermandad de los que no quieren estar al mando. Ganaba a los puntos. No disfrutaba noqueando a las palabras. Y mucho menos a las personas. Prefirió la calma de la arena a la de la lona. Disfrutaba con la luz que hace del azul una poesía. Eligió al Mediterráneo con sus olas y sin sus tempestades.  El mar Alcántara fue un género literario que bañó durante décadas nuestra vida. Convirtió la columna periodística en literatura navegable. Un cante del sur sin exceso de marea ni consonantes. Fue el poeta que no fue y el columnista que nunca quiso ser. Su figura emerge ahora como faro para los que surcamos los mares procelosos de la opinión publicada.

Málaga, en el quinto aniversario de su muerte, no ha dudado en cumplir lo que nos dejó don Manuel escrito en su verso más definitivo: “lo mejor del recuerdo es el olvido”.