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La vulgaridad

<p> La vulgaridad es el atajo del mediocre. Las sociedades posmodernas nos invitaron a todos a celebrar el banquete de lo accesorio de la vida. Nos dijeron que lo digno no se diferencia de lo viciado, ni lo valioso de lo rastrero. En ese camino paralelo que nos propon&iacute;an, la exigencia dejaba de ser un compa&ntilde;ero de viaje y se convert&iacute;a en un condicionante cultural trasnochado. Era el momento de proclamar el derecho a la vulgaridad como signo de la libertad absoluta del nuevo hombre. La cultura qued&oacute; en manos de lo relativo, y lo virtuoso desapareci&oacute; del escenario.</p> <p> La virtud tiene mucho que ver con la conciencia de la propia vulnerabilidad de cada uno de nosotros. El que no se sabe poco y se siente d&eacute;bil, no puede de ninguna forma emprender el camino de lo virtuoso. La aspiraci&oacute;n a la excelencia no es otra cosa que la de hacer justicia a la naturaleza del propio hombre. La virtud no hace bueno al hombre en singular, sino que engrandece a la Humanidad en su conjunto. Vivir para uno y para los dem&aacute;s respetando nuestra dignidad nos pone en demasiadas ocasiones frente a nuestras propias contradicciones. Las cicatrices de nuestras concesiones a lo vulgar, no nos obligan a&nbsp; confundir lo elevado con lo mezquino, s&oacute;lo nos sit&uacute;an en la realidad de nuestra vida.</p> <p> El camino de la vulgaridad siempre se perdi&oacute; en el laberinto de los personalismos sin cr&iacute;tica. La apuesta por los proyectos mediocres se convirtieron en una defensa de lo relativo. Hemos asumido al relativismo como el nuevo valor inamovible de una sociedad que proclama que no necesita referencia alguna.</p> <p> Hubo un tiempo en que lo vulgar no tuvo sitio en la academia, ni en la universidad ni en la mayor&iacute;a de las empresas humanas comprometidas con la cultura y la educaci&oacute;n. Nuestra sociedad actual abandon&oacute; la tarea de la educaci&oacute;n y de la ejemplaridad hace ya muchos a&ntilde;os. Puso un altavoz a lo que todo un pensador como Javier Gom&aacute;, Premio Nacional de Ensayo 2004, solicitaba en uno de sus libros: &ldquo;Pido respeto por la vulgaridad, pues es el resultado rigurosamente contempor&aacute;neo del igualitarismo y del proceso de la liberaci&oacute;n subjetiva del yo&rdquo;.</p> <p> Esa apuesta intelectual por una liberaci&oacute;n subjetiva del yo, tiene ahora frutos abundantes que nos abochornan y que pretenden confundir lo bello con lo zafio, lo culto con lo chabacano, lo cr&iacute;tico con lo chismoso y la realidad con la ficci&oacute;n manipulada.</p> <p> El reto que tenemos ante nosotros supera las empresas culturales y educativas que caben en un programa pol&iacute;tico o en la parrilla de una televisi&oacute;n.</p> <p> Estamos ante la gran oportunidad de elegir el camino angosto de lo real y de lo humano y rechazar el atajo de lo vulgar.</p>