Diciembre es el invierno sin excusa. El viento de Adviento y el frío como ornamento. Quién nos lo iba a decir: nuestra Navidad amenazada por la nueva política allegada.
España es una madrugada en la cama. Un calor de mantas ficticio de un sueño obligado. Del dormitorio en el ángulo oscuro, de su dueña tal vez olvidada, silenciosa y cubierta de polvo encontramos a la radio. En antaño despertador de tantas conciencias, en la actualidad voz de su amo. Ya sólo queda un Lázaro en las ondas, que a las seis de la mañana, le dice al español que no quiere conceder de forma fácil su derrota: levántate y anda.
Andalucía es un día de 11 horas (actividades esenciales permitidas de 7:00 a 18:00), un toque de queda y un cierre perimetral. Una tierra a la que el Covid le quitó su duende y la política su moneda. Una estadística diaria sin alma que pretende vencernos.
Octubre es una mañana sin sol. Un dolor sin espera, unas lágrimas que queman cuando la vida se detiene. El frío que amenaza con congelar mi alma. El silencio que grita en la soledad.
Pablo Aranda era el sábado en una columna. El sol que ilumina la mañana que no mira el reloj. La vida sencilla que triunfa en una sonrisa. La literatura sin prisa, el columnismo erudito y jocoso.
Abril es un mar con memoria. Una pena azul de treinta días y una sola luna llena. Un libro con poemas a los que se le obligó a ser tristes. Un manuscrito de tinta negra en el que leo el nombre de mi madre desde hace siete años y el de Manuel Alcántara hace ya un año.
El hombre es demasiado débil para no ser tenido en cuenta. Al pie de cama de un hospital, compruebo que la enfermedad precipita el misterio de lo humano.
Todo está más que escrito. Uno en la distancia no puede ganar ninguna batalla, me repito cada mañana cuando llego al hospital. La longitud de sus pasillos me desafía sin disimulo. Leo en mi bata mi nombre para saber que soy yo y que no puedo huir.